ARTÍCULO ITEPOL
Son las 05:40 horas y afrontamos el penúltimo día de trabajo de la semana. Aún con las legañas y ya uniformados, los más mañaneros nos agrupamos frente a esa sucia, ruidosa y fea máquina de café que expende el veneno negro por 60 céntimos, estratégicamente situada debajo de la luz parpadeante que emite la barra que falla tal película de terror y que nadie decide subirse a una silla para girarla o apretar el cebador, con el típico ruido de serie, para ambientar la situación.
Se rompe el hielo con banalidades y conversaciones de barra de bar, incorporándose el compañero “X” y nos ponemos a comentar una actuación del día anterior de la que surgió un debate del que no aprende nadie por no tratarlo en un pase de lista de forma constructiva, sin rencores, sin egos, sin envidias. (Recomendamos esta lectura: Briefing , debriefing y la toma de decisiones).
Hace un par de años que “X” está con nosotros y toma la palabra. Tanto su forma de ver las cosas como sus argumentaciones técnico jurídicas, hace pensar que ha leído, algo ha estudiado. Pues sí, “X” ocupaba un puesto de mando en su anterior plantilla y decidió venirse a esta más grande, pero de AGENTE. En petit comité y yendo hacia el pase de lista, nos quedamos más rezagados y así, a bocajarro le pregunto por ese cambio y suelta; «prefiero ser cabeza de ratón que no cola de león. Me vacié, me cansé de luchar contra el sistema, contra homólogos, superiores, sindicatos, políticos y tener que dar explicaciones por todo, esto es una guerra perdida, somos «Broken Toys» amigo; juguetes rotos». Tras esta sentencia, enfilamos hacia la sala del pase de lista en silencio, y en silencio nos sentamos a escuchar las órdenes y los cometidos para el día.
Miro a derecha e izquierda escuchando la voz en off del mando, confiando en que mi compañero de hoy esté al tanto de las misiones. A mi alrededor, más de 20 compañeros; licenciados en Derecho (uno de ellos está con el Doctorado, dudo que acabe de policía), criminólogos, y los de allá diplomados en Ciencias Policiales y de la Seguridad; todos con estudios, todos con el bachiller. Muchos han intentado promocionar, raro es el que no se ha presentado a una mejora de empleo o no haya intentado ascender.
Me retumban en la cabeza esas palabras, …broken toy, broken toy, broken toy…. La mente me va a mil y flashback, recuerdo noticias de cúpulas policiales denunciadas por oposiciones, mandos que hace años no salen a la calle, mandos que no han “abrochado” nunca a nadie, que no se han mojado, que no han pasado frío, que no han pasado calor, que no han corrido detrás de nadie cruzando calles y avenidas, que curiosamente estaban en este sindicato o en el otro, o que militaban en algún partido político y sí, pienso también en las palabras de “Samuel Vázquez” (Presidente de la asociación Policías para el siglo XXI), sobre las estructuras de poder. Premios con destinos como embajadas, ascensos dudosos, medallas poco merecidas, etc.
Otra vez del “Valle Inclán” recordándome que en España el mérito no se premia. Se premia el robar y el ser sinvergüenza. En España se premia todo lo malo. Por suerte, creo firmemente que ni son todos los que están, ni están todos lo que son, aún hay esperanza, aún hay algo que dice que vale la pena, pero ¿hay juguetes rotos en esta película? ¿cómo hemos llegado a serlo? Dicen que quién olvida el pasado está condenado a repetirlo de ahí, los siguientes ejemplos históricos:
Wyatt Earp, fue un Marshall (agencia federal de policía) en el oeste estadounidense que en 1881 tuvo un conocidísimo y sonado tiroteo junto con sus hermanos Virgil y Morgan y Doc Holliday contra unos forajidos en OK Corral. Fue famoso por su extrema e implacable dureza en el trato con aquellos que infringían la ley, incorruptible y osado en sus procedimientos. Durante su servicio perdió a un hermano y el otro quedó lisiado por venganza. Llegó a enfrentarse a su propio Jefe el Comisario Johnny Behan, que se convirtió en un garbanzo negro. Pues por hacer su trabajo, lo detuvieron y lo juzgaron dos veces quedando absuelto.
Avanzando en el tiempo, quisiéramos detenernos en la figura del Ranger de Texas Frank Hamer, en la década de 1930. Frank, al igual que Wyatt, era un hombre duro, recto y comprometido en su cometido no muy apreciado entre la clase política a quién rescataron de su jubilación para encargarle la búsqueda, localización y detención de los idolatrados delincuentes y asesinos Bonnie y Clide. Aquello fue polémico y Frank arrastró para el resto de sus días, la losa del juicio mediático por hacer aquello que justamente le habían encomendado.
¿Y si hablamos de Frank Serpico? Nos situamos en los 70 en Nueva York, policía de referencia que todos miramos de reojo y tan cinematográfica. Pues el bueno de Frank, pagó un altísimo coste por hacer su trabajo, lo que le exigía la Ley y que sus superiores le habían encomendado; investigar los casos de corrupción dentro del cuerpo. Sus coincidentes laborales (garbanzos negros) intentaron matarle y se retiró a vivir a Suiza.
Pero aquí en España, también tenemos un buen goteo de casos en los que se ha ensuciado, mancillado, cortado y anulado la carrera profesional de muchos. Juicios mediáticos, la prensa destructiva, las envidias, los recelos, la mala coordinación entre cuerpos, nula cooperación y la pésima relación entre los mismos. ¿Se acuerda el lector del caso Coslada? El más mediático en nuestro país que, tras centenares de portadas, tras miles de minutos de televisión y tras ensuciar la imagen de muchos, quedó en NADA. Empezó en 2008 y en 2020 (12 años después) quedó absuelto su último imputado que se enfrentaba a más de media docena de acusaciones. Como se dice ahora, todo fue lodo, fango. Muchas cuestiones quedan por resolver, como quién orquestó aquello, quién estuvo detrás, pero nadie pide perdón a esos agentes que se vieron salpicados, que vieron su honorabilidad mancillada, a quienes les hurtaron horas de sueño, horas de disfrute con amigos y familia por el miedo al qué dirán, gritando al mismo tiempo un “¡JODER!, Yo no he hecho nada”. ¿Por qué sale mi foto en la portada de este o el otro periódico? ¿Por qué hablan de mí? ¿Cuántos casos Coslada más habrán?
Olvidamos que una pared blanca es muy fácil de ensuciar y muy difícil de limpiar. Por eso el honor, el respeto y la confianza se ganan día a día y se pierden en un solo acto. ¿Qué fue de esos agentes?, ¿son juguetes rotos que dejaron de ser policías para convertirse en funcionarios por las circunstancias?, ¿tomarán riesgos en sus quehaceres diarios?.
Nos contaba un amigo que tiene que justificar por escrito cuando, de prioritario se salta un semáforo o salta el radar de su localidad para acudir a una llamada de “apoyo”, a una reyerta, un accidente, etc. En cambio, ambulancias o bomberos no se ven sometidos a este control. Roza lo ridículo. Tienen al trabajador, haciendo papeleo para que el de arriba justifique que sus chicos son buenos y llegado el día, tener la espalda cubierta, mientras tanto, los menos comprometidos, se excusan en esto para llegar tarde a los servicios, pues deben respetar las normas de tráfico.
Son muchos los factores que nos llevan a ser juguetes rotos, nos llevan a desilusionarnos, nos llevan a vaciarnos, a perdernos en el camino. Quizás, entramos muy jóvenes con altísimas expectativas, idolatrando y deseando el oficio, luchando para conseguir un sueño que otros alcanzaron muy fácil, aprendiendo a amarlo tal pareja de novios que se casa. Pero con los años, llegan las infidelidades, las traiciones que rompen el corazón, que apuñalan por la espalda escapando por ahí las ganas.
Dicen que el Titanic no se hundió por el agua que le rodeaba, sino por la que le entró dentro por ese inmenso boquete en su casco con el iceberg que no habían visto. Qué curiosa similitud, no vemos venir las hostias que nos da el trabajo, nos abre boquetes en canal en la armadura que nos hemos creado con los años. Estudiamos con ilusión para promocionar, robándole horas a la familia para vernos sobrepasados por afortunados en medallas y otras prebendas. Curioso es que el supuesto práctico en alguna oposición verse sobre la materia de la que algunos aspirantes son expertos. Casualidades.
Otro boquete, la administración de justicia. No, no somos parte de ella, sino que trabajamos para ella y somos fuertemente fiscalizados, mirados con lupa ¿Qué coño con lupa?, más bien con microscopio, con preguntas capciosas, juicios largos, desplantes. Resulta que si se te olvida asistir a juicio, te denuncian con 300 euros, pero un imputado o investigado, si falla se anula el juicio una y otra y otra vez y como mucho, al final, lo ponen en búsqueda si se tercia.
¿Otro boquete?. El trabajo de calle. Un albañil ve finalizado, culminado su trabajo. Qué bonita escalera se le ha quedado. Qué bonito alicatado, qué bonito baño. Un médico tras una operación, un maestro de escuela que coge unos alumnos en septiembre y en diciembre ya saben sumar, ve la progresión, ve los resultados. ¿Y nosotros?. No tenemos un trabajo finalista. Podemos llegar a detener a la misma persona dos y tres veces en una semana. ¿Trabajo en balde?. Por no hablar de la doble fila, el estacionamiento o esas zonas de venta de menudeo que están desde los años 70, o las interminables alcoholemias de todos los fines de semana, y eso, al final, hace mella. Crea impotencia, desazón, desánimo. ¿Otra vez a revolcarme con éste que tiene el SIDA o hepatitis o cualquier enfermedad contagiosa?. ¿Otra vez?.
¿Más boquetes?. La prensa, la repercusión mediática. Estas últimas semanas, han salido noticias sobre dos cuerpos policiales valencianos y sin pudor alguno, se han visto las caras de los compañeros que los medios de comunicación no han pixelado, no han tapado como sí lo hacen con los que se sitúan al otro lado de la línea azul. Y la gente no discrimina, lee el titular y te dispensa el mismo trato, olvidando que los policías, también somos inocentes hasta que se demuestre lo contrario, como en Coslada, que al final, no hubo nada, más que 12 años de daño. ¿Y los sindicatos no dicen nada?.
¿Hablamos de la presión laboral, del acoso laboral? ¿A cuántos expedientes disciplinarios se enfrenta Samuel Vázquez?. Pues eran 6 creemos recordar y no por hurtar, falsear pruebas, tráfico de influencias o semejantes. Por intentar hacer críticas constructivas de cara a mejorar la profesión y por ende el servicio que se le da al ciudadano. ¿Acoso laboral?. Veremos en qué queda aquello del OCON SUR y la posible fabricación de pruebas para ensuciar, mancillar, denostar a un grupo de profesionales. El daño, hecho está y sigue entrando droga, tanta que se ha devaluado el precio, como ejemplo de la teoría de la oferta y demanda. Hay tanta, que el quilo se puede comprar a 18.000 euros cuando antes costaba 32.000, como publica el periódico el Mundo en esta noticia (https://www.elmundo.es/espana/2025/01/18/678aa7dbfc6c83f01e8b4587.html).
Citamos a Sánchez Corbí, a Pérez de los Cobos o hace apenas unas semanas del Tte. Coronel Daniel Baena. ¿Sus errores?. Ser fieles a su juramento o promesa de cumplir fielmente las obligaciones del cargo con lealtad al Rey, y guardar y hacer guardar la Constitución como norma fundamental del Estado. Se olvidan muchos que los políticos son efímeros pero las FFCCS son eternas. Trabajamos con dedicación absoluta por esta sociedad aún pagando precios personales desorbitados.
Juguetes rotos, ¿Lo son los compañeros que deciden dejarnos?. Pues con el tiempo, con la edad, con la falta de líderes que ilusionen con proyectos, pasamos a convertirnos en caimanes cuyas escamas se ven a quilómetros. En los primeros años de oficio, son de los que se intenta huir pues creemos que no hay nada que aprender de ellos, cuán equivocados estamos porque la experiencia, es una lección que la vida nos regala. Pero a esos caimanes se les ve venir y sin justificar muchos de sus actos, se les entiende. Lo peligroso, lo irreversible, son los boquetes que no se ven en esos broken toy, y que deciden dejarnos, en una sangría que no se detiene y que hemos normalizado. Otro suicidio más, ¿y?. Nada cambia. Pocos se preocupan.
Pues sí, juguetes rotos. No aprendemos, pasan los años y desde Wyatt hasta el más novel de los policías, no se reparan en lo dicho, quién olvida el pasado está condenado a revivirlo.
Como decían en la canción triste de Hill Street, «cuidaros ahí fuera».