ARTICULOS I.T.E.POL.
En la sociedad actual, las intervenciones policiales son, cada vez más, objeto de una rigurosa atención, siendo analizadas al detalle y cada vez más cuestionadas; algo lógico dentro de un Estado de Derecho.
Toda intervención puede conllevar el uso coactivo de la fuerza, pero previamente a ello, siempre hay un primer paso, del cual dependerá, en muchas ocasiones, que el uso de la misma esté justificado y, más aún, que sea acorde al marco jurídico vigente. En este sentido, el artículo 5.2 de la Ley Orgánica 2/86, de Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, en su apartado “c” establece que “…deberán actuar con la decisión necesaria, sin demora cuando de ello dependa evitar un daño grave, inmediato e irreparable…”, si bien dicha intervención debe estar regida siempre por los principios de congruencia, oportunidad y proporcionalidad.
No obstante, se confunde con mucha frecuencia el significado de estos principios. Así:
La oportunidad se refiere a la percepción de la situación, lo que nos permitirá dilucidar cuándo es necesario recurrir a la coacción física, así como, en su caso, graduar el nivel de fuerza necesario.
La congruencia no es más que la elección del medio empleado, en función de la percepción en la oportunidad.
La proporcionalidad es, por último, la intensidad del medio utilizado, no el medio en sí mismo.
Pues bien, para que la intervención policial se ajuste a esos principios básicos de actuación, la primera arma de la que disponemos, siempre que la intervención lo permita es, precisamente, la psicología de la intervención. Algo que, sin embargo, ha sido tradicionalmente olvidado. Son muchos los campos de formación para los funcionarios policiales: legislación, instrucción de diligencias, técnicas de reducción o control, y un largo etcétera. Pero no ha sido así con la psicología de la intervención.
La psicología de la intervención es, en definitiva, el conjunto de técnicas encaminadas a manejar las relaciones interpersonales, haciendo que seamos capaces de dominar la situación y reconducirla a nuestro interés, rebajando así el nivel de conflicto. Es por tanto, el uso de la palabra, el discurso elegido, e incluso nuestra propia actitud y disposición en la intervención, técnicas que pueden hacer innecesario el uso coactivo de la fuerza o, en caso de ser igualmente necesario, sea ajustado a derecho.
Generalmente, toda intervención policial se desarrolla en un ambiente de crispación, nervios, ansiedad, temor, rechazo, e incluso en un trato insultante o despectivo hacia el agente. Por ello, es por lo que el medio en el que se desarrolla cualquier situación, puede conllevar que, en ocasiones, el funcionario policial se contagie, llegando a perder los estribos y, lo que es más importante, perdiendo el control de la situación. La situación y la actitud de las personas dominan al funcionario policial, no es el funcionario el que controla la situación.
Veamos pues, como la psicología de la intervención puede ayudarnos a controlar el dominio de una situación y, más aún, hacer que la misma, aun cuando finalmente fuera necesario el uso de la fuerza, esta sea plenamente ajustada a derecho.
Primero, debemos saber que uno de los factores importantes que nos van a ayudar cuando tengamos una intervención es el trabajo mental previo. Esto es algo que los deportistas de élite saben a la perfección, y es lo que los diferencia para sacar un plus de rendimiento frente a los demás deportistas. Se trata de reproducir mentalmente las posibles situaciones que se nos pueden dar en las intervenciones, de tal forma que, en caso que sucedan, nuestro cerebro esté más predispuesto a un mayor control del estrés provocado por la misma, lo que conlleva a una mayor capacidad cognitiva para la búsqueda de soluciones más acertadas. Por ello, en nuestra labor policial tenemos que ponernos en la situación mental, analizando cualquier futura intervención que se nos pueda dar. A esto se le denomina, el entrenamiento en la ventana de riesgo, y este entrenamiento, por un lado ayuda a familiarizarnos con las técnicas a emplear y, por otro, hace que en la intervención real no tengamos tanto estrés.
En segundo lugar, vamos a conocer brevemente las tres facetas de la comunicación siendo éstas: la representación, la traslación y la persuasión.
Representación
Debemos poner los propósitos y objetivos de nuestra organización, por encima de nuestro ego. Esto significa que cada vez que hablamos NO representamos a nuestro propio ego, por ello debemos poner los propósitos y objetivos de la organización por encima de él. Tenemos que pensar que cada vez que utilizamos mal la palabra, además de nosotros, el colectivo pierde credibilidad. Para ser un buen contacto profesional, debemos conocer nuestras debilidades en comunicación interpersonal y, sobre todo, cuáles son nuestros activadores, es decir, lo que nos activa emocionalmente haciéndonos perder el control.
Traslación
Se trata de tener la habilidad de transmitir lo que está en nuestra mente, en la mente del que nos escucha. Para ello debemos conocer los cuatro elementos de la comunicación; el contenido (lo que queremos transmitir), la codificación, (el cómo lo decimos), el envío (de qué forma lo enviamos; tono de voz, postura,…), y la decodificación (dará la respuesta de la transmisión). Esto se resume en que debemos tratar a todas las personas por igual, con respeto y dignidad, pero no les debemos hablar de la misma forma. Dependerá del nivel de la intervención. Cuando sea cara a cara, el poder de influencia que transmitimos se traduce en un 7% el uso de las palabras, un 38% en la voz (tono, volumen, pronunciación, velocidad, fluidez…) y un 55% en el lenguaje corporal. El conjunto del buen uso de ello, nos ayudará a transmitir el mensaje más eficazmente.
Persuasión
Supone la habilidad para conseguir que las personas hagan lo que esperamos, en términos de lo que ellos pueden ganar o perder, y consiste en presentar opciones al ciudadano de manera profesional, para que vea aquello que nosotros queremos que vea, de esta forma su elección resultará fácil. Aquí cobra importancia ser específico. Se trataría como ejemplo, explicarle a un ciudadano que no se quiere identificar, de su obligación a ello y el motivo, dándole las dos posibles soluciones al respecto para que sea él, quien decida sobre su propio destino. Es decir, si accede a facilitar la identificación de forma voluntaria lo que gana, y si no accede, lo que va a suponer trasladarlo a efectos de identificación, y todo lo que pierde con ello. Las personas necesitan, incluso en casos en los que se encuentren con pocas opciones de salida, poder decidir.
Pero, ¿qué herramienta podemos utilizar para manejar todas estas facetas? Esto es lo que se denomina los cinco escalones o pasos.
SOLICITAR: Se trata de solicitar en lugar de ordenar. Sencillamente, como ejemplo, en lugar “¡Póngase ahí! “, mejor, “¿Podría situarse ahí?” Nuestra petición de cooperación no debe tener un tono negativo. El resultado será la sumisión en más ocasiones que la confrontación.
MOSTRAR EL CONTEXTO: La mayoría de personas, harán lo que les pedimos si simplemente les explicamos el porqué. A nadie nos gusta desconocer el motivo por el cual debemos hacer algo, y menos, cuando la respuesta es “¡porque yo te lo digo! “. Siguiendo el ejemplo anterior, en lugar “¡porque yo te lo ordeno!“, mejor, “¡por su seguridad y la nuestra, ahí es mejor para todos!” seguimos en tono positivo.
OFRECER OPCIONES: Se basa en mostrar a la persona, que es de su interés cooperar. Las personas queremos ser autónomas. Aquí tenemos que ser específicos y determinar que puede ganar o perder. Siguiendo el ejemplo “debe saber que tiene que quedarse ahí. Si lo hace, facilita las gestiones y acabamos antes, de lo contrario, no podemos seguir con la intervención hasta que lo haga, con lo que tardaremos más “De esta forma, él es el que decide.
ULTIMAR: En este paso, ofreceremos a la otra persona una última oportunidad para colaborar. Es sumamente importante llegado a este punto, que seamos firmes con dicha última oportunidad, tras la cual, deberemos llevar a cabo el quinto paso si no la aprovecha pese a que se arrepienta cuando comience a ver que empezamos a actuar. De la misma forma, siguiendo el ejemplo “¡ya le he explicado los motivos por los que debe quedarse ahí, le doy una última oportunidad para que lo haga, de lo contrario, voy a tener que denunciarle por desobediencia ¡”. El tono es más elevado, y no debemos darle más oportunidades.
ACTUAR: A este último paso se llega cuando nuestra presencia y palabras han fallado. Ahora, deberemos utilizar un nivel superior para generar la sumisión, que en algunas ocasiones podría incluir el empleo de la fuerza física. Finalizando con el ejemplo “¡de acuerdo, está denunciado por desobediencia a agente de la autoridad! “. En este momento, pese a ser denunciado, intentaremos trasladarlo al lugar donde debe estar, utilizando si fuera necesario un nivel más de fuerza, todo ello, si la intervención así lo requiriese inexcusablemente.
Por otro lado, apuntar que en la mayoría de ocasiones no superaremos el segundo o tercer paso consiguiendo nuestro objetivo.
Para finalizar, señalar que esta herramienta no es una varita mágica, si bien, comprobaremos que las intervenciones con los ciudadanos son más efectivas y satisfactorias.